Ayer tuve una pequeña lucha contra la impresora. Llegue a golpearla con la satisfacción de que no podría denunciarme por lesiones, ni tan siquiera por amenazas o injurias. Después del maltrato, de sentirme abandonada por mi compañera de trabajo, decidí pararme a pensar y analizar de cerca lo que le pasaba. Descubrí que el error era mío y que la tinta estaba mal cambiada. No pude evitar pensar en cuantas veces haber hecho eso mismo con personas me habría evitado juzgar equivocadamente o que lo hiciesen conmigo.
Se que es una comparación absurda, no somos máquinas. Cualquier persona-impresora habría saltado al primer insulto mío - vaya mierda de impresora que tengo, siempre me tiene que fallar cuando más falta me hace, inútil- y me habría empezado a echar la culpa a mí -inútil tú, que ni distingues la tinta de color de la de negro, hablas con máquinas, estás loca- habríamos discutido y jamás me habría parado a observar tranquilamente cual era el verdadero problema.
Yo no suelo discutir demasiado en cuestiones amorosas. Probable error.
Si la relación va bien no concedo demasiada importancia a las cuestiones chirriantes como para discutir por ellas. Estoy contenta y acepto el pack.
Creo que nadie cambia, que si me va bien así, vale, si no, antes o después terminará, haga lo que haga yo por ello. En lugar de discutir voy marchitándome viendo con pena lo inevitable: que por mucho que se intente hay relaciones abocadas al fracaso, incompatibles a largo plazo y no hay quien sostenga eso. Y terminan.
Y pasa el tiempo.
Y este post se llama los duendes por otro motivo. El despacho que tengo es heredado. Mi padre trabajaba aquí. De vez en cuando le oía gritar ¡los putos duendes! eran momentos de desesperación, le habían desaparecido los papeles que apenas un minuto antes tenía delante o bien la impresora no funcionaba (de ahí este escrito) o su pluma descargaba toda la tinta sobre el escrito de turno acabando en un segundo con trabajo de horas. Los duendes hacían de las suyas. A mi me hacía mucha gracia que una persona tan seria y tan lógica creyese en duendes a esas alturas de su vida. Alucinante. Intentaba ayudarle pero la risa no me dejaba y se cabreaba aun más.
Solo el tiempo y habitar el mismo despacho me ha llevado a la conclusión de que los duendes existen. Siguen aquí haciendo de las suyas. Me quitan la luz justo el día en que tengo un texto recientito y que no he tenido el cuidado de salvar...me traspapelan documentos, hacen que justo cuando viene un cliente "importante" cruce una cucaracha parsimoniosamente y solo la vea yo mientras intento distraer al susodicho para que no se gire y piense que esto es decadente. Cucaracha que no había aparecido en dos años, la muy...
Son becarios caóticos, no les pago, no les alimento pero les compensa estar por aquí reivindicando su existencia, el recuerdo de mi padre y mi cruda realidad de escribiente despistada.