martes, 29 de julio de 2008

Eterna Libra

Quiero hacer cualquier cosa menos lo que tengo que hacer...

Siempre quiero lo que no debo. Siempre me apetece estar en el sitio que no estoy. Estar con la persona que ese día no está. Comer el plato que no he pedido. Ir en coche a donde voy andando y viceversa. Tener gatos que me dan alergia. Salir de copas cuando me quedo en casa. Volver a casa cuando estoy por ahí. Echo de menos la rutina cuando estoy desordenada y liarme la manta a la cabeza cuando estoy tranquila, el zumo de tomate cuando no tengo y cuando lo compro nunca me apetece...

Eterna insatisfecha, eterna contradicción, eternas dudas, eterna libra.

miércoles, 9 de julio de 2008

Sensaciones

Echo de menos sensaciones, no a las personas que me las produjeron.

Echo de menos épocas, situaciones, lugares, olores, sabores, sonidos y silencios. Pero lo hago puntualmente, cuando algo me lo recuerda o la propia mente me sorprende sacándolo a la luz sin motivo aparente.

Tengo flashes que me transportan a sensaciones que alguna vez fueron reales y que ahora hacen que la vida valga la pena aunque solo sea por tener otras nuevas.

Lo que motivó esas sensaciones ha cambiado: las personas y mi propia manera de percibirlo. Nunca sería lo mismo, por eso en esto no echo de menos.

Otros tiempos



Parecía un balón abandonado pero no lo estaba.

En un tiempo estuvo hinchado y con los colores brillantes. El cuero duro y con sus cosidos impecables. Ahora habitaba en una esquina del jardín, llevaba allí más de 30 años.

Sus propietarios habían jugado con él pero llegó un momento en que crecieron y se olvidaron de hacerlo. En varias ocasiones corrió el riesgo de terminar de un cubo de basura pero se salvó.

Para sus dueños simbolizaba su infancia. Existía una lealtad hacia el viejo balón sin necesidad de que botase ni de que tan siquiera rodase. Formaba parte de su casa.

Y el balón aguantó.

Primero estuvo muy triste, nadie se acordaba de él. Había vivido una época de esplendor (en la hierba) cuando los balones eran lo que eran y los niños valoraban los juguetes que tenían. Era el rey.

Más tarde intentó pasar desapercibido, se hizo su hueco en una esquina e intentó estar alerta para no ser despreciado definitivamente por sus dueños o por el jardinero que odiaba que hubiese extras en "su" jardín. Lo consiguió.

Y ya en su vejez infinita está agradecido. Sabe que no fue el azar lo que le permitió vivir en sus vacaciones indefinidas, sino el cariño de su familia. Cada verano le dan unas pataditas, hablan de él, los gatos lo huelen, lo intentan mover, se duermen a su lado.

El jardinero lo respeta, los pájaros también, los gatos lo aprecian y vive tranquilo con su jubilación garantizada junto con su dueño en igual situación. Años de gloria, años de retiro.

Eran otros tiempos en los que las cosas perduraban más. Con o sin utilidad. Con o sin diseño. Sabe que de haber nacido ahora habría durado un par de meses.

Pero lo que más le satisface es que nunca fue sustituido. Nunca hubo otro balón ocupando su lugar. El tiempo le situó y sigue siendo el rey.

El balón ligando.

martes, 1 de julio de 2008

Duendes

Ayer tuve una pequeña lucha contra la impresora. Llegue a golpearla con la satisfacción de que no podría denunciarme por lesiones, ni tan siquiera por amenazas o injurias. Después del maltrato, de sentirme abandonada por mi compañera de trabajo, decidí pararme a pensar y analizar de cerca lo que le pasaba. Descubrí que el error era mío y que la tinta estaba mal cambiada. No pude evitar pensar en cuantas veces haber hecho eso mismo con personas me habría evitado juzgar equivocadamente o que lo hiciesen conmigo.

Se que es una comparación absurda, no somos máquinas. Cualquier persona-impresora habría saltado al primer insulto mío - vaya mierda de impresora que tengo, siempre me tiene que fallar cuando más falta me hace, inútil- y me habría empezado a echar la culpa a mí -inútil tú, que ni distingues la tinta de color de la de negro, hablas con máquinas, estás loca- habríamos discutido y jamás me habría parado a observar tranquilamente cual era el verdadero problema.

Yo no suelo discutir demasiado en cuestiones amorosas. Probable error.

Si la relación va bien no concedo demasiada importancia a las cuestiones chirriantes como para discutir por ellas. Estoy contenta y acepto el pack.

Creo que nadie cambia, que si me va bien así, vale, si no, antes o después terminará, haga lo que haga yo por ello. En lugar de discutir voy marchitándome viendo con pena lo inevitable: que por mucho que se intente hay relaciones abocadas al fracaso, incompatibles a largo plazo y no hay quien sostenga eso. Y terminan.

Y pasa el tiempo.

Y este post se llama los duendes por otro motivo. El despacho que tengo es heredado. Mi padre trabajaba aquí. De vez en cuando le oía gritar ¡los putos duendes! eran momentos de desesperación, le habían desaparecido los papeles que apenas un minuto antes tenía delante o bien la impresora no funcionaba (de ahí este escrito) o su pluma descargaba toda la tinta sobre el escrito de turno acabando en un segundo con trabajo de horas. Los duendes hacían de las suyas. A mi me hacía mucha gracia que una persona tan seria y tan lógica creyese en duendes a esas alturas de su vida. Alucinante. Intentaba ayudarle pero la risa no me dejaba y se cabreaba aun más.

Solo el tiempo y habitar el mismo despacho me ha llevado a la conclusión de que los duendes existen. Siguen aquí haciendo de las suyas. Me quitan la luz justo el día en que tengo un texto recientito y que no he tenido el cuidado de salvar...me traspapelan documentos, hacen que justo cuando viene un cliente "importante" cruce una cucaracha parsimoniosamente y solo la vea yo mientras intento distraer al susodicho para que no se gire y piense que esto es decadente. Cucaracha que no había aparecido en dos años, la muy...

Son becarios caóticos, no les pago, no les alimento pero les compensa estar por aquí reivindicando su existencia, el recuerdo de mi padre y mi cruda realidad de escribiente despistada
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