domingo, 25 de enero de 2009

Dos ruedas

Iba en el coche en un domingo tranquilo. El asfalto mojado, el cielo gris y la vida volando en forma de hojas levantadas por un viento que olía a limpio. Se me vino a la cabeza una bolsa de papel que movida por el aire bailaba y trazaba círculos con una belleza simple y espectacular. Lo vi en una película y no recuerdo cual. Parada en un semáforo de la Castellana a las tres de la tarde preparaba mi menú contando con las cuatro cosas de mi nevera. Una moto se paró al lado. Miré. Coincidí con unos ojos que, a través del casco, me sonreían. Bajé la ventanilla y él me dijo que si le acompañaba a comer. Inexplicablemente asentí sin más y me dijo que le siguiese. Así lo hice. Fui detrás de la moto por buena parte de Madrid hasta que llegamos a un restaurante pequeño, decadente y sobretodo cerrado. Él se bajó de la moto y abrió la verja. Entramos. Cocinó para mí.